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viernes, 27 de enero de 2017

LA LA LAND: Los tontos que sueñan.

Todo musical que se respete tiene un poste de luz para bailar alrededor.
El musical de Hollywood es un género que cada cierto tiempo intenta resurgir de entre las cenizas para captar la atención de la audiencia y revivir, así sea brevemente, el amor por el canto y el baile en la gran pantalla. En el nuevo milenio, musicales como Moulin Rouge y Dancer in the Dark han empujado al género en direcciones interesantes; mientras que adaptaciones de Broadway como Chicago y Les Miserables han acaparado buen número de galardones. Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos, el musical continúa siendo sinónimo del cine de antes, aquel de Fred Astaire, Ginger Rogers o Gene Kelly. Con La La Land, el director Damien Chazelle se dedica a celebrar la nostalgia por un género que se niega a desaparecer y que quizás experimente un nuevo renacer en el futuro cercano.

Singing in the Rain y West Side Story son algunas de las cintas que inspiran al director para dar vida a este tributo a la ciudad de Los Angeles, "ciudad de estrellas" como dicta una de las canciones del film, y a los soñadores que en ella habitan. La cinta arranca en el tráfico angelino, lleno de soñadores que, impedidos de llegar a su destino, revientan a cantar y bailar en medio de una transitada arteria vial. Desde el comienzo, Chazelle demuestra su amor por largas secuencias filmadas en una sola toma, algunas con complejas coreografías y otras fijadas en el rostro de un personaje durante una canción entera.



Los dos soñadores de la historia son Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling). Ella, actriz. Él, pianista. Mia trabaja en un café dentro de un estudio de Hollywood, donde las estrellas entran y salen llenos de glamour sin prestar mayor atención a quien les sirve su bebida. Por su parte, Sebastian se rebusca con cualquier trabajo en el que pueda tocar algunas teclas, pero sueña con abrir su propio club de jazz, aún cuando el jazz no sea el género musical más popular en estos tiempos. Cupido no flecha a estos dos a primera vista, pero eventualmente Sebastian y Mia ceden al romance, no sin antes emerger en un baile de tap o una danza por las nubes imaginarias del planetario de la ciudad.

La La Land puede mirarse a través de un ojo cínico que resalte la superficialidad de una ciudad como Los Angeles, donde todo aspirante a artista espera ser descubierto y saltar a la fama de la noche a la mañana. Los tontos que sueñan, dice la canción "Audition", cantada por Mia durante una audición. Chazelle entiende este cinismo y nos brinda una perspectiva honesta que celebra el esfuerzo de quienes se aferran a sus sueños (y cuentan con el talento para hacerlos realidad). Emma Stone encapsula a la perfección esta visión mediante su interpretación, jocosa y romántica, frustrada pero tenaz, y siempre sincera, que la convierte en lo mejor de la cinta. Su química con Ryan Gosling es innegable, aún después de tres películas como co-estrellas. Puede que no sean los mejores cantantes o bailarines, pero es en esa imperfección que sus personajes se mantienen al nivel de los mortales, aún cuando bailan por las nubes.

Mia y Sebastian, los soñadores de esta historia.

La música de Justin Hurwitz resulta enormemente pegajosa, gracias a partituras como "Mia & Sebastian's Theme" y "City of Stars", que reaparecen cada cierto tiempo durante la historia para marcar el estado del romance de los personajes, o la disolución de éste. Al igual que con Whiplash, Chazelle deja claro que los logros implican sacrificios, sobre todo en el mundo artístico, donde las relaciones personales suelen sacrificarse en pro del éxito profesional. Es un tema recurrente en el trabajo del director, pero el panorama en este caso luce mucho más optimista que en aquel film. Más allá del drama necesario para construir una historia, La La Land es una oda al género musical de antaño que captura con gracia aquello que llaman la magia del cine, tal vez porque sus personajes buscan, precisamente, brillar en una ciudad de estrellas.

Puntuación: 5 de 5.


viernes, 20 de enero de 2017

ROGUE ONE: La precuela que Star Wars necesitaba

Jyn Erso, rebelde con causa.

En términos cinematográficos, un McGuffin es un objeto o dispositivo que permite que la trama de una película avance, aunque dicho objeto no posea mayor relevancia para la historia en sí. La Estrella de la Muerte ha sido el McGuffin de preferencia en la saga de Star Wars. Fue el objeto a destruir en los episodios IV, VI y VII, pero cualquier sinopsis de esos filmes se enfocaría primero en relatar la tormentosa relación de Luke Skywalker y Darth Vader, o el romance entre Han Solo y la Princesa Leia, antes de hablar sobre una nave espacial gigante con forma de luna.

Rogue One: A Star Wars Story es el primer spin-off o historia adyacente a la saga principal de Star Wars. Cronológicamente, se ubica entre los episodios III (Revenge of the Sithy IV (A New Hope), justo cuando es construída la primera Estrella de la Muerte. Sin embargo, cuenta con un reparto completamente nuevo y, por primera vez, no hay Jedi ni sables de luz a la vista. En su lugar, tenemos a Jyn Erso (Felicity Jones), una rebelde con causa que no necesariamente simpatiza con la Alianza Rebelde, pero cuyo ADN es clave para descifrar la nueva arma letal construída por el Imperio Galáctico, pues es la hija de Galen Erso (Mads Mikkelsen), el ingeniero responsable de la construcción de la Estrella de la Muerte.

Cassian Candor y K-2SO (Kaytoo)
El film comienza durante la infancia de Jyn, cuando Galen es separado de su familia por el agente imperial Orson Krennic (Ben Mendelsohn). Jyn permanece escondida varios días hasta que es encontrada por Saw Guerrera (Forest Whitaker), amigo de su padre y antiguo miembro de la Alianza Rebelde, quien la cría por el resto de su infancia. 15 años después, el espía rebelde Cassian Andor (Diego Luna) rescata a Jyn de una prisión imperial, con la condición de que ésta lo ayude a encontrar a Galen. Sin embargo, el verdadero plan de Cassian es asesinarlo sin hacer preguntas.

Para completar esta aparente misión de extracción, Jyn y Cassian cuentan con la asistencia de Bodhi Rook (Riz Ahmed), un piloto imperial desertor y amigo de Galen; el robot K-2SO (Alan Tudyk), mucho más altanero e irónico que C-3PO; un ferviente guerrero ciego creedor en la Fuerza llamado Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y su compañero Baze Malbus (Wen Jiang). Como es de esperar, la misión embarca al grupo en un camino inesperado que los lleva a intentar robar los planos de la Estrella de la Muerte, y nuevamente el McGuffin preferido de Star Wars entra en juego.




Si bien Rogue One es un episodio aislado de la historia principal de Star Wars, el director Gareth Edwards realiza un gran trabajo al presentar a la mayoría de estos nuevos personajes con el bagaje necesario para generar afinidad en la audiencia. Jyn emana un estoicismo que la coloca siempre en ventaja ante cualquier intento por amilanarla, venga de amigos o enemigos. Felicity Jones brinda otro personaje femenino intrigante a la saga, apenas un año después de que la Rey de Daisy Ridley sorprendiera al mundo en The Force Awakens. Por su parte, Cassian es el primer personaje rebelde que posee una moralidad dudosa, un cambio interesante dentro de una saga que suele delinear con claridad la bondad de los héroes y la maldad de los villanos. A menor escala, el resto del equipo deja una huella importante dentro de esta galaxia, además de que está conformado por  el elenco más diverso de cualquier film de Star Wars.

En cierto modo, Rogue One alcanza convertirse en la precuela que los episodios I, II y III desearon ser. En perspectiva, si el origen de Darth Vader se hubiese contado en un sólo film en lugar de tres, quizás la percepción del público hacia Anakin Skywalker sería diferente. Y hablando de Darth Vader, Rogue One cuenta con la presencia del famoso villano en todo su esplendor, incluida la voz de James Earl Jones. Vader aparece en sólo un par de escenas, pero su participación en la historia es tan efectiva que ayuda a borrar de la memoria la triste escena final de Episodio III, que hasta ahora era la última escena de Vader en la gran pantalla.

Los AT-ATs regresan.
Otro personaje que regresa a Rogue One es Grand Moff Tarkin, quien originalmente fue interpretado por Peter Cushing. Gracias a la magia de los efectos digitales, Cushing tiene un rol preponderante dentro del film. El resultado es sin duda impresionante, aunque no 100% convincente, pero la inclusión de Moff Tarkin tiene sentido gracias a la relación intrínseca entre el personaje y la Estrella de la Muerte. Además, el film explora algunas tensiones internas entre los villanos de la historia, lo cual explica la aversión de Darth Vader hacia la habilidad destructiva de la Estrella de la Muerte, cuya autoría no le pertenece.

El último tercio del film brinda la experiencia más emocionante, acompañado de escenas de acción muy bien estructuradas y de un emotivo desenlace para la mayoría de los personajes, con la excepción de Saw Guerrera, quien se queda corto en desarrollo. Los minutos finales retratan con gracia el impacto del sacrificio y esfuerzo de este grupo, hasta ahora desconocido. La transición hacia el episodio IV es manejada con emoción y elegancia, y Rogue One tendrá a partir de ahora una influencia incuestionable para quien vuelva a ver A New Hope. La Fuerza es poderosa con Rogue One.

Puntuación: 4,50 sobre 5.