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viernes, 24 de febrero de 2017

MOONLIGHT: Poesía hecha imagen

Juan y Little.

Explicar el concepto de un film como Moonlight no puede haber sido una tarea fácil. Se podría resumir que es una película sobre un joven afroamericano homosexual que crece en la pobreza en un barrio de Florida, pero Moonlight abarca matices de caracterización mucho más amplios. Quizás se le podría comparar con Boyhood, pero su temática no se limita a documentar el paso de la infancia a la hombría. Moonlight trasciende barreras de raza o género, es una historia acerca del descubrimiento del ser en un mundo que ataca cualquier debilidad y moldea la identidad de quienes inevitablemente deben vivir dentro de él. También explora la terrible influencia negativa que ejerce una mala madre en la psiquis de un individuo. Y a pesar de todas estas duras realidades, Moonlight se basa en el amor para contar una historia llena de esperanzas que levanta el espíritu y refuerza la importancia de la auto realización para alcanzar un mínimo balance dentro del alma, sin importar el entorno ni la realidad del ser humano.

El director y escritor Barry Jenkins divide este relato en tres etapas. Little (Alex R. Hibbert) es nuestro protagonista inicial, un nińo de nueve años bastante retraído que sufre de bullying en el colegio, donde algunos de sus compañeros ya se burlan de su homosexualidad, aún cuando a tan corta edad ninguno entienda el verdadero significado de los insultos. Little tampoco encuentra refugio en casa, donde su madre, Paula (Naomie Harris), acostumbra a consumir drogas y traer hombres desconocidos con bastante frecuencia. Por mera casualidad, Little se topa un día con Juan (Mahersala Ali), un vendedor de droga bastante respetado dentro de su vecindario, quien poco a poco asume una postura paternal hacia Little, con la aprobación de su esposa, Teresa (Janelle Monáe). Juan ejerce una influencia indeleble sobre Little, pues le enseña a no permitir que otros lo definan, sin importar que lo hagan con buenas o malas intenciones.

Chiron y Kevin.

En la segunda parte de la historia, Little tiene 16 años y es llamado por su nombre, Chiron (Ashton Sanders), pero sus problemas no han hecho más que empeorar. Su madre ya ni se molesta en brindarle un techo para dormir, mientras que las agresiones en su escuela son cada vez más insoportables. Sin embargo, Chiron encuentra un refugio en Kevin (Jharrel Jerome), un amigo de la escuela tan hablador que compensa por la timidez de Chiron para entablar monólogos que parecen conversaciones. Kevin sabe que Chiron siempre ha sido tildado de homosexual, y es aquí cuando ambos descubren una atracción mutua. Pero como todo amor juvenil, Chiron y Kevin se distancian con el tiempo, y la tercera parte de la historia abarca el reencuentro en la adultez entre Kevin (André Holland) y un Chiron que ahora se hace llamar Black (Trevante Rhodes), cuyo aspecto y estilo de vida se asemejan mucho a los de Juan, su figura paterna.



El casting del film merece un premio por sí solo, en especial porque los actores que interpretan a Chiron y a Kevin en distintas edades mantienen una consonancia entre apariencia, habla y gesticulación que rara vez se logra con un personaje, mucho menos con dos. Por su parte, Naomie Harris le rasguña los talones a la mamá de Precious como la peor madre del cine de la última década, aunque se puede debatir que sus defectos son motivados por su adicción y no al revés.

La impresión más memorable entre el reparto secundario la deja Mahersala Ali, cuya presencia se siente a lo largo de todo el film, a pesar de que Juan sólo es parte del primer tercio de la historia. Sus interacciones con el pequeño Chiron moldean el carácter del inseguro y maltratado Little, al tiempo que revelan un lado generoso y noble de un personaje que mantiene un estilo de vida bastante cuestionable, hasta el punto de ser co-responsable de la drogadicción de  Paula.

Black.

Jenkins y su director de fotografía, James Laxton, ejecutan una visión casi poética en su tratamiento de la imagen, empleando una paleta de colores azulados con luces de neon que reflejan el brillo de la luna sobre los personajes, aún cuando están bajo techo. Los planos con muy poca profundidad de campo aíslan a los personajes en los momentos más emocionales, pero la decadencia del entorno que los rodea también es retratada con una sensibilidad artística que encuentra la belleza en los lugares menos esperados. Para completar el paquete, la música de Nicholas Britell contribuye a la experiencia con un juego de violines que expresa la determinación del director por exaltar la necesidad de la definición voluntaria e independiente de todo ser humano.

Con mínimos recursos y un presupuesto de apenas millón y medio de dólares, Moonlight es un film épico en un plano emocional. Jenkins demuestra su confianza en el material que ha escrito y deja que los gestos o las miradas digan más que páginas enteras de diálogo. Hay tantas dimensiones dentro de la historia que amerita ser vista y desglosada por cineastas y críticos por años, pero a la vez su mensaje en torno al logro de la identidad es tan claro que trasciende cualquier arquetipo en torno a la pobreza, el racismo o la orientación sexual. Moonlight es una obra maestra como pocas y sin duda la mejor película de 2016.

Puntuación: 5 de 5.


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