El azul es para los varones y el rosa para las niñas. Es una norma tácita por la cual nos regimos para escoger el regalo de un recién nacido o para vestir a un niño pequeño. Un varón vestido de rosa sería objeto de burla para unos e incluso motivo de vergüenza para otros. A medida que crecemos, adoptamos muchos otros matices, pero el principio se mantiene. Azul para los varones, rosa para las niñas.
Ser homosexual en muchos países latinoamericanos continúa siendo un estigma, pero la realidad es que no todo el mundo se viste de un sólo color. Mediante su film "Azul y no tan rosa", el venezolano Miguel Ferrari nos muestra una visión romántica de la homosexualidad en una sociedad machista que aún tiene mucho camino por recorrer en cuanto a la aceptación, social y jurídica, relacionada con el tema.
Diego (Guillermo García) es un fotógrafo de moda que vive cómodamente en Caracas, con el estilo de vida superficial típico de un adulto soltero. Comparte con su novio Fabrizio (Sócrates Serrano), pero no tiene intenciones de enseriar la relación. Las cosas cambian para Diego cuando Fabrizio es víctima de un ataque violento por parte de una pandilla de homofóbicos, que lo dejan en estado crítico en el hospital. Para complicar más las cosas, Diego recibe una llamada de Valentina (Arlette Torres), un amor de su adolescencia que vive en Madrid, quien le pide que cuide por el verano a Armando (Ignacio Montes), el hijo adolescente de ambos y fruto de su amor juvenil.
Diego tiene más de cinco años sin ver a Armando y prácticamente no ha hablado con él en ese tiempo, algo que Armando resiente. Aunque Diego nunca le ha confesado a su hijo que es homosexual, éste lo descubre rápidamente. Armando no es gay como su padre, pero sufre de inseguridad crónica cuando de mujeres se trata. Su tiempo juntos les permitirá a padre e hijo reencontrarse como familia, aunque de formas inesperadas para ambos. El español Ignacio Montes concede una interpretación auténtica y madura como Armando, mientras que Guillermo García mejora a medida que el film avanza y parece sentirse más cómodo en su papel.
De forma menos sutil, la película tiene también un villano en Racso (Alexander Da Silva), el pandillero que ataca a Fabrizio y que parece expresar una homosexualidad frustrada mediante la violencia. Es aquí donde la historia intenta abarcar mas de lo que debe, pues su personaje continúa apareciendo en circunstancias forzadas que conducen a un desenlace demasiado conveniente y poco convincente. Al menos, el film no termina con este conflicto sino que brinda un acto final purificador y reconfortante que ata muy bien las historias de sus personajes, cerrando en una nota positiva y esperanzadora, como poco acostumbran a hacer los films venezolanos.
La cinematografía de Alexandra Henao y la dirección de arte de Marcelo Pont Vergés merecen un especial reconocimiento. Los escenarios principales cuentan con una paleta de colores propia que hace juego con el tono emocional de las vivencias de los personajes, convirtiéndose así en el aspecto estético más llamativo del film. Azul y rosa son sólo dos dentro de la gama de colores que aquí se retratan.
Puntuación: 4.25 de 5.
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